Los objetos de Isabella.

En esta sección del blog de Dimanche preguntamos a personas de nuestro entorno sobre sus objetos. En Dimanche creemos que nuestros objetos son una extensión de nosotros mismos y reflejan nuestra personalidad, por eso queremos conocer las cosas de las que se rodean otras personas, ¡y compartirlo contigo!

Vamos a conocer un poquito más a Isabella a través de sus objetos.

Tres objetos que tienes actualmente que necesitas, no puedes vivir sin o que simplemente son tus favoritos:

Atesoro cada objeto que entra en mi vida. No importa si lo elegí conscientemente o no: al cruzar el umbral de mi casa, se transforma y obtiene un alma. Me gusta pensar que los objetos, incluso los más simples o fabricados en masa, pueden adquirir significado si se les cuida. Tal vez tenga que ver con la cantidad de veces que me he mudado desde pequeña... con todo lo que he perdido, regalado o reemplazado. Algunos objetos que al principio me parecían feos han terminado siendo imprescindibles en mi día a día. Valoro lo que tengo y me gusta cuidarlo. Creo en la belleza de lo sencillo, en el valor de lo que permanece. Me da una especie de alivio saber que no necesito estar comprando, reemplazando, actualizando. Me esfuerzo por cuidar mis cosas porque siento que, de alguna forma, también es una manera de cuidar el mundo.

El primer objeto que elijo es un plato rectangular, tipo bandeja, hecho y pintado a mano por Cerámica Álvarez. Tiene una decoración morisca, con esa influencia andalusí que tanto me gusta, propia de la cerámica tradicional de Granada. Lo heredé al hacerme con el traspaso de mi primer bar, y aunque en su momento no le di importancia, con el tiempo se volvió esencial. En el antiguo restaurante Piano, que era vegano —al igual que yo por esos tiempos—, servían su comida en estos platos. Recuerdo verlos en la vitrina, llenos de colores y comida, y pensar lo bien que lucían.

Un día, cuando el bar estaba ya a punto de cerrar, vi a la dueña bajando la persiana. Me armé de valor y le pregunté si era cierto que lo estaban traspasando. Me respondió desde la puerta, con la luz ya apagada: sí, estaba en traspaso y tenían a una pareja interesada. Meses después, tras mil papeles y bancos, firmé el traspaso. Con él venía todo el menaje: ¡una cantidad descomunal de platos y boles! Vendí algunos, regalé otros, incluso dejé varios sobre un contenedor. Me quedé con una ensaladera, un plato pequeño, uno hondo y este rectangular.

Ese bar fue un lugar especial en mi vida. Después cerró, pero este plato me ha acompañado desde entonces. Lo uso para desayunar, comer, cenar... Tiene el tamaño perfecto. Hace unos meses se me cayó y se rompió una esquina. Sentí una punzada en el pecho y me di cuenta de cuánto lo valoro.

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El segundo objeto son dos tazas hechas por Pintarroja Cerámica. Fui a visitarla a su taller y me encantó verla trabajar; por aquel entonces ella solo hacía tazas. Había tanta calma en sus gestos, tanto cariño en cada pieza. Quise comprarle algo, pero no me dejó. En cambio, me regaló no una si no dos tazas de ese verde limón y marrón que me llamaron la atención desde el primer momento. Además, me contó qué esmaltes había usado, sin reservas. Las tengo siempre juntas, en mi estantería, y me gusta mucho usarlas cuando tengo un invitado y estamos solo los dos.

Hubo un invierno en el que me sentí muy sola, con ansiedad y tristeza. Por las noches todo se intensificaba. Crear un pequeño ritual con una infusión y unos minutos de meditación me ayudó a sobrellevarlo. Cada noche elegía una de las dos tazas, la subía a mi cuarto y la bajaba al día siguiente para lavarla. Iban rotando, como si se turnaran para cuidarme. Son de baja temperatura, hechas con un barro sencillo, pero para mí tienen la forma perfecta: cilíndricas, ligeramente abiertas en el centro. Me llenan el corazón con cada sorbo.

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El tercer objeto es unas tijeritas de uñas para bebés. Son las que usaba mi madre cuando yo era muy pequeña, y aunque no recuerdo el momento exacto en que decidí guardarlas, desde entonces han estado conmigo, como si supiera que no podía dejarlas atrás. Me he mudado tantas veces, he tenido que soltar tantas cosas... pero esas tijeritas, por algún motivo, siempre venían conmigo. Se han escondido en cajas, neceseres, bolsillos de mochilas. A veces ni recordaba que las tenía hasta que volvía a encontrarlas.

Cuando las veo, siento algo muy profundo. Me recuerdan que hay cosas que me han acompañado toda la vida sin hacer ruido. Me recuerdan a mi madre, a su manera de cuidarme, tan presente y atenta. Y también me hacen sentir que, aunque haya cambiado de ciudad, de país, de casa, aunque haya tenido que empezar de cero muchas veces, hay algo en mí que sigue intacto. Estas tijeritas son parte de eso. De lo que no se puede perder. De lo que se queda.

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Un objeto que tenías en el pasado y ya no tienes (por cualquier razón) y que estás deseando volver a tener.

Una bandeja de gres que hice para una prueba. Me la quedé porque me encantó su forma. Sin pensarlo demasiado, se convirtió en mi bandeja favorita para llevar la comida a la cama o al sofá. Tenía un pequeño ritual: cada domingo, después de limpiar la casa y ducharme, pedía sushi y cenaba en ella viendo una película. Un día se rompió en dos. Aún guardo los pedazos en el taller, con la idea de rehacerla. Pero lo que me gustaría es tener exactamente esa.


⁠Un objeto que te encantaría tener en el futuro (y todavía no tienes):

Nunca he sido de comprarme cosas de marca pero me encantaría una olla Le Creuset rosa, de hierro, grande. Una compañera de piso tenía una y me fascinaba cocinar en ella.

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Un objeto de la tienda con el que te quedarías (ya vendido o en stock):

¡Los vasos oscilantes! Se me fue de la cabeza comprarlos y cuando me quise dar cuenta ya se habían vendido. Me arrepiento de no haberlo hecho el mismo día que os escribí. Pero bueno... quien los tenga, seguro que los está disfrutando.

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¡Gracias por tu tiempo y por mostrarnos tus objetos Isabella!